Dunk fue a buscar a Egg y luego se
acercó a ella.
-¿Sí,
mi señor?- inquirió la chica con la mirada de reojo y un atisbo de sonrisa.
Dunk le sacaba una cabeza, pero aun así era la muchacha más alta que había
visto en la vida.
- Ha
estado muy bien- comentó Egg con entusiasmo-. Me encanta como mueves a Jonquil, al dragón, a todos los que has
sacado. El año pasado vi otra función de marionetas, pero se movían como a
trompicones. Las tuyas tienen más gracia.
- Eres
muy amable – respondió la joven con cortesía.
- Y
tus muñecos están muy bien tallados- intervino Dunk-. Sobre todo el dragón: es temible. ¿Los hacéis vosotros?
-Mi
tío los talla y yo los pinto- explicó ella.
-¿Podrías
pintarme una cosa? Te pagaré- Se
descolgó el escudo del hombro y se los mostró-. Quiero tapar el caliz.
La chica examinó el escudo y luego clavó
los ojos en él.
-¿Qué
quieres que pinte?
Dunk no se había parado a pensarlo. ¿Qué
podía lucir en lugar del cáliz alado? No se le ocurría nada. “Dunk el Tocho,
seso de corcho.”
-Pues…no
sé. – Con horror se dio cuenta de que
las orejas se le estaba poniendo coloradas-. Ay, estoy comportándome como un
bufón. Todos los hombres son bufones y todos los hombres son caballeros.
La muchacha sonrió.
-¿Qué
colores tienes?- preguntó. A ver si
eso le daba alguna idea.
-Puedo
mezclar las pinturas para conseguir el color que quieras.
A Dunk siempre le había parecido tristón
el leonado del anciano.
-
Me gustaría el campo del color del ocaso-
decidió de repente- Al anciano le
gustaban los ocasos. Y la figura…
-Un
olmo- intervino Egg-. Un olmo grande, como el de la poza, con el
tronco marrón y las ramas verdes.
-
Sí, buena idea- corroboró Dunk-. Un olmo…pero con una estrella fugaz encima.
¿Podrías pintarlo?
-Claro.
Dame el escudo; está noche te lo pintaré y así lo tendrás para mañana.
-Me
llaman ser Duncan el Alto.- Dunk le
entregó el escudo.
El caballero errante
George R.R. Martin.
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