miércoles, 23 de mayo de 2018

Calipso.





-Huele a quemado - dijo. -¿Dejaste algo al fuego?

-¡El riñón! -gritó él de repente.

Se encajó el libro de mala manera en un bolsillo interior y, golpeándose los dedos de los pies contra la cómoda rota, salió deprisa hacia el olor, por las escaleras abajo, con piernas de cigüeña asustada. Un humo picante subía en iracundo chorro de un lado de la sartén. Empujando una punta del tenedor bajo el riñón lo despegó y lo volcó del revés como una tortuga. Sólo un poco quemado. Lo sacó de la sartén y lo echó en un plato, haciendo gotear encima el escaso jugo pardo.

Taza de té ahora. Se sentó, cortó y untó de mantequilla una rebanada de la hogaza. Raspó la carne quemada y se la echó a la gata. Luego se metió una tenerodada, mascando con discernimiento la sabrosa carne blanda. En su punto. Un buche de té. Luego cortó dados de pan, mojó uno en la salsa y se lo metió en la boca. ¿Qué era eso de un estudiante joven y una merienda? Alisó la carta junto al plato, leyéndola despacio mientras masticaba, mojando otro pedazo de pan en la salsa y llevándoselo a la boca.


Ulises.
Capítulo 4 -Calipso.
                       James Joyce.

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