martes, 20 de marzo de 2018

Proteo




El perro de ellos corría contoneándose en torno a un banco de arena invadido por el agua, al trote, olfatando por todas partes. Buscando algo perdido en una vida pasada. De repente salió disparado como una liebre que salta, las orejas echadas atrás, en persecución de la sombra de una gaviota en vuelo raso. El silbido chillón del hombre le hirió las flojas orejas. Se dio vuelta, volvió de un salto, se acercó, trotó sobre ancas chispeantes. En campo de gules, un ciervo pasante, de color natural, sin astas. En el borde del encaje de la marea se detuvo, con las patas delanteras rígidas, las orejas aguzadas hacia el mar. Su hocico levantado ladró al ruido de las olas, manada de morsas. Serpenteban hacia sus patas, rizándose, desplegando muchas crestas, una de cada nueve rompiéndose, salpicando, desde lejos, desde aún más afuera, olas y olas.

Buscadores de berberechos. Vadearon un trecho en el agua, y, agachándose, sumergieron sus bolsas, y, volviéndolas a levantar, salieron vadeando. El perrro ladró corriendo hacia ellos, se irguió y les manoteó, cayó a cuatro patas, y otra vez se irguió hacia ellos con muda adulación de oso. Sin que le hicieran caso, se mantuvo junto a ellos mientras se acercaban hacia la arena más seca, con un andrajo de lengua de lobo jadeando roja desde sus quijadas. Su cuerpo a manchas se contoneaba por delante de ellos, y luego echó a correr en un trote de becerro. El cadaver estaba en su camino. Se detuvo, olfateó, dio vuletas majestuosamente, hermano, acercó la nariz, giró en torno, olfateando deprisa perrunamente por completo todo el pelaje arrastrado del perro muerto. Cráneo de perro, olfatear de perro, ojos en el suelo, avanza hacia una sola gran meta. Ah, pobre cuerpo de perro. Aquí yace el cuerpo del pobre cuerpo de perro.

-¡ Andrajo! Fuera de ahí, chucho.

El grito le hizo volver furtivamente a su amo y un sordo puntapié ain bota le lanzó sano y salvo a través de una lengua de arena, encogido en el vuelo. Volvió disimulándose en curva. No me ve. A lo largo del borde del muelle, arrastró las patas, vagabundeó, olió una roca, y, por debajo de una pata trasera, orinó brevemente hacia una roca que no olió. Los sencillos placeres del pobre, Sus zarpas traseras entonces desparramaron arena: luego las zarpas delanteras hurgaron y ahondaron. Algo enterró allí, a su abuela. Hozó en la arena, hurgando, ahondando, y se detuvo a escuchar el aire, volvió a rascar en la arena con una furia en sus garras que cesó pronto, leopardo, pantera, engendrado quebrantamiento conyugal, buitreando a los muertos.


Ulises.
Capítulo 3 -Proteo.
                       James Joyce.


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