martes, 22 de julio de 2014

La bandera roja izada





- ¡Viva la República!

- ¡Fuego! -dijo la voz.

Una segunda descarga semejante a una metralla cayó sobre la barricada.
El anciano se dobló sobre sus rodillas, después se levantó, dejó escapar la bandera de sus manos, y cayó hacia atrás sobre el suelo, inerte, y con los brazos en cruz.

Arroyos de sangre corrieron por debajo de su cuerpo. Su arrugado rostro, pálido y triste, pareció mirar al cielo.

Enjolras elevó la voz, y dijo:

- Ciudadanos: éste es el ejemplo que los viejos dan a los jóvenes. Estábamos dudando, y él se ha presentado; retrocedíamos, y él ha avanzado. ¡Ved aquí lo que los que tiemblan de vejez enseñan a los que tiemblan de miedo! Este anciano es augusto a los ojos de la patria; ha tenido una larga vida, y una magnífica muerte. ¡Retiremos ahora el cadáver, y que cada uno de nosotros lo defienda como defendería a su padre vivo; que su presencia haga inaccesible nuestra barricada!

Un murmullo de triste y enérgica adhesión siguió a estas palabras.
Enjolras levantó la cabeza del anciano y besó con solemnidad su frente; después, con tierna precaución, como si temiera hacerle daño, le quitó la levita, mostró sus sangrientos agujeros, y dijo:

- ¡Esta será nuestra bandera!




Victor Hugo.
Los miserables.

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