—Ya basta, niña —dijo el Emperador, y se recostó en el trono, con la mano en la mejilla, estudiando al Barón.
—Yo no recibo órdenes del Emperador —dijo Alia. Se volvió y miró a la Reverenda Madre—. Ella lo sabe.
El Emperador alzó los ojos hacia su Decidora de Verdad.
—¿Qué quiere decir?
—¡Esta niña es una abominación! —dijo la anciana—. Su madre merece un castigo como nunca se haya impuesto a nadie en la historia. ¡Muerte! ¡Ninguna muerte será bastante rápida para esta niña y para aquella que la ha engendrado! —Apuntó un dedo sarmentoso hacia Alia—. ¡Sal de mi mente!
Dune.
Frank Herbert.