jueves, 13 de mayo de 2021

La caída de Harrenhal.

 


 Salió a su encuentro Harren, un hombre mayor de pelo cano que, aun así, transmitía fiereza enfundado en su armadura negra. Cada rey iba acompañado de un maestre y un portaestandartes, por lo que ha quedado constancia de las palabras que cruzaron.

—Rendíos ahora —empezó Aegon— y podréis seguir siendo el señor de las Islas del Hierro. Rendíos ahora y vuestros hijos vivirán para sucederos. Tengo ocho mil hombres apostados alrededor de vuestra muralla.

—Lo que haya fuera de mi muralla no es de mi incumbencia —contestó Harren—. Estos muros son fuertes y gruesos.

—Pero no tienen altura suficiente para protegeros de los dragones. Los dragones vuelan.

—Los construí de piedra —dijo Harren—, y la piedra no arde.

—Cuando caiga el sol —respondió Aegon—, se extinguirá vuestro linaje.

Se dice que Harren escupió al oír esto último y se retiró al castillo; envió a los parapetos a todos los hombres, armados con lanzas, arcos y ballestas, y prometió tierras y riquezas para quien abatiera al dragón. «Si tuviera una hija, el matadragones obtendría también su mano —proclamó Harren el Negro—. En su lugar le daré a una hija de los Tully, o a las tres si quiere. O puede quedarse con una de las mocosas de los Blackwood, o de los Strong, o con cualquiera de las hijas de esos traidores cobardes del Tridente, señores del fango mierdoso.» Harren el Negro se retiró entonces a su torre, rodeado por su guardia personal, para cenar con los hijos que le quedaban.

Cuando se puso el sol, los hombres de Harren el Negro escudriñaban la oscuridad incipiente aferrados a sus lanzas y ballestas. Quizá, al ver que no aparecía ningún dragón, algunos pensaran que las amenazas de Aegon eran vanas. Pero Aegon Targaryen se había alzado con Balerion por encima de las nubes, muy por encima, tanto que el dragón parecía una mosca ante la luna.
Fue entonces cuando emprendió el descenso hacia el interior de la muralla. Con alas negras como el carbón, Balerion se sumergió en la oscuridad de la noche, y cuando aparecieron bajo él las inmensas torres de Harrenhal, dio rienda suelta a su furia y, de un rugido, las bañó en fuego negro ribeteado de rojo.

La piedra no arde, se había mofado Harren, pero su castillo no era solo de piedra. Madera, lana, cáñamo, paja, pan, tasajo y trigo: todo ardió. Tampoco los hombres del hierro de Harren eran de piedra.

 

Fuego y sangre.

G.R.R. Martin.

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