J. J. O’MOLLOY: (Con peluca gris y toga de abogado, hablando con voz de dolorida protesta) Este no es lugar para ligerezas indecentes a expensas de un mortal que ha errado extraviado por la bebida. No estamos en un reñidero de osos ni en una carnavalada de Oxford ni es ésta una parodia de la justicia. Mi cliente es un niño pequeño, un pobre inmigrante extranjero que empezó desde la nada como polizón y que ahora trata de ganarse la vida honradamente. El presunto delito fue debido a una momentánea aberración hereditaria, provocada por una alucinación, ya que familiaridades tales como ese presunto hecho culpable son sobradamente permitidas en la tierra natal de mi cliente, la tierra de Faraón. Prima facie, sostengo ante ustedes que no hubo intento de conocimiento carnal. No tuvo lugar ninguna intimidad y la culpa de que acusa la Driscoll, que su virtud fue puesta a prueba, no se repitió. Yo desearía referirme en especial al atavismo. Ha habido casos de naufragio y de sonambulismo en la familia de mi cliente. Si el acusado pudiera hablar podría contar una de las más extrañas historias que jamás se han narrado entre las tapas de un libro. Él mismo, señor presidente, está físicamente arruinado, por la tuberculosis de los zapateros. Su excusa es que es de origen mongólico e irresponsable de sus acciones. De hecho, no existe en absoluto.
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