Mort aux vaches,
dice entonces Frank en lengua francesa, ya que había estado de aprendiz con un
comerciante de aguardientes que tiene una tienda de vinos en Burdeos y hablaba
francés como un caballero. Desde niño este Frank había sido un holgazán al que su
padre, un alcalde de barrio, que mal podía retenerle en la escuela aprendiendo
sus letras y el uso de las esferas, le matriculó en la universidad para que
estudiara artes mecánicas, pero él tomó el freno entre los dientes como un
potro bravo y se hizo más familiar con la justicia civil y parroquial que con
sus volúmenes. Un día se le antojaba ser actor cómico, luego vivandero, o
corredor de apuestas, luego nada le apartaba del reñidero de osos y gallos,
luego le daba por el mar océano o por echarse a los caminos con los húngaros,
secuestrando al heredero de un señor a favor de la luz de la luna o hurtando
ropa blanca de una doncella o estrangulando pollos por detrás de un seto. Había
estado por ahí tantas veces como vidas tiene un gato y otras tantas veces de
vuelta con los bolsillos vacíos a casa de su padre el alcalde que derramaba una
pinta de lágrimas en cuanto le veía.
Ulises.
Capítulo 14 -Los bueyes del sol.
James Joyce.
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