Y Janto, el agilísimo corcel, bajó la cabeza, tocando el suelo con sus crines, que caían por la extremidad del yugo, y respondió de esta manera, porque Hera le había dotado de voz:
-¡Oh fogoso Aquiles! Hoy tambien te salvaremos, pero el día de tu muerte está ya próximo, aunque nosotros no seremos culpables de ella, sino un dios poderoso y el hado funesto. No fueron nuestra lentitud ni nuestra pereza quienes tuvieron la culpa de que los teucros quitaran la armadura de los hombros de Patroclo, sino que lo mató el dios fortísimo a quien parió Leto, la de hermosa cabellera, cuando combatía en primer lugar, para conceder gloria a Héctor, porque si de nosotros hubiera dependido, por salvarlo hubieramos volado tan raudos como el soplo del Céfiro, que es considerado como el más veloz de los vientos. Pero tú también estás destinado a sucumbir en esta ribera por la mano de un dios y la de un mortal.
Al pronunciar estas palabras, las Furias le cortaron la voz; y el velocísimo Aquiles contesto iracundo:
- ¡Janto! ¿Por qué me profetizas la muerte sin tener necesidad de profetizarmela? Ya sé que mi destino es el de morir aquí, lejos de mi padre y de mi madre, pero, a pesar de ello, no descansaré hasta que haya cubierto la tierra de muertos, después de poner en espantosa fuga a los troyanos.
Y dichas estas palabras encaminó a los caballos a prímera fila, dando voces espantosas.
Canto XIX
La iliada
Homero
1 comentario:
Me gusta la ilustración.
Publicar un comentario